6 de febrero.
El Chrysler llevaba 82 años jugando al chocolate inglés. Pero estaba empezando a perder la esperanza de que alguna vez fuera a divertirle. Había elegido un mal sitio para jugar. Por allí pasaba tanta gente que, en 82 años, no se había presentado el mágico momento en el que nadie le estuviera mirando. Y las reglas eran las reglas. Hasta que eso no ocurriera, no podía echarse a correr para tocar la pared de enfrente y gritar "¡chocolate inglés!". Así que el Chrysler, tras 82 años de forzosa inmovilidad, decidió tirar por la calle de en medio (concretamente por la 42 con Lexington). A partir de aquel momento, cambiaba de juego. Y acto seguido comenzó a jugar al escondite, envolviéndose desafiante tras un jirón de niebla. A ver si le encontraban aquellas gallinitas ciegas.
domingo, 26 de febrero de 2012
Cuento neoyorquino del rascacielos perdido
7 de febrero.
El Empire State se fue ocultando poco a poco tras un crespón de niebla. Al principio, nadie lo notó, pero, poco a poco, los parroquianos de Manhattan comenzaron a preguntarse en voz alta: "¿Dónde diablos está el Empire State?". Él escuchaba las cábalas acerca de su desaparición, pero guardaba un respetuoso silencio. El motivo era tan inverosímil que de nada valdría darlo. A fin de cuentas, él siempre había sido el galán de esa película que es Nueva York. Era el cabeza de cartel. Ese honor sólo se lo había disputado el Chrysler. Bueno, y otras dos, pero que ya ni siquiera estaban en pie. Por eso nadie iba a creerle. ¿De qué serviría entonces explicarles que al Empire State le había entrado el miedo escénico?
Super Bowl
6 de febrero.
Hoy se ha celebrado la final del Súper Tazón, así que tocaba mimetizarse con los gringos. Bolera, hamburguesa, alitas de pollo grasientas, aperitivos salados, pack de mano al pecho y lagrimilla ante las barras y estrellas y pantallas planas por todas las paredes para seguir el juego al milímetro. Pero mis acompañantes y yo mentiríamos si dijéramos que nos hemos enterado de algo. No nos ha llegado más que para entender que es un deporte más lento que el caballo del malo que guarda una similitud inquietante con intentar preparar una tortilla sin cascar antes los huevos. Sólo que en este caso los huevos eran unos fulanos con más airbags que cuerpo y unos bíceps que doblaban en grosor a los muslos del homo sapiens sapiens medio. Para los españoles, lo queramos o no, lo mejor de la Súper Bowl ha sido el descanso. Cortesía de la señora Madonna. Espectacular. Así que, como mis lectores sois españolitos de a pie, creo que lo que más os va a aprovechar es que os deje este enlace para que empecéis con energía la semana. Feliz lunes!
Hoy se ha celebrado la final del Súper Tazón, así que tocaba mimetizarse con los gringos. Bolera, hamburguesa, alitas de pollo grasientas, aperitivos salados, pack de mano al pecho y lagrimilla ante las barras y estrellas y pantallas planas por todas las paredes para seguir el juego al milímetro. Pero mis acompañantes y yo mentiríamos si dijéramos que nos hemos enterado de algo. No nos ha llegado más que para entender que es un deporte más lento que el caballo del malo que guarda una similitud inquietante con intentar preparar una tortilla sin cascar antes los huevos. Sólo que en este caso los huevos eran unos fulanos con más airbags que cuerpo y unos bíceps que doblaban en grosor a los muslos del homo sapiens sapiens medio. Para los españoles, lo queramos o no, lo mejor de la Súper Bowl ha sido el descanso. Cortesía de la señora Madonna. Espectacular. Así que, como mis lectores sois españolitos de a pie, creo que lo que más os va a aprovechar es que os deje este enlace para que empecéis con energía la semana. Feliz lunes!
Por cierto: han ganado los Giants... o eso creo
Cuento neoyorquino del corcho
4 de febrero
"Porque en los peores naufragios siempre hay un corcho para que salgan a flote los que no quieren ahogarse".
"Porque en los peores naufragios siempre hay un corcho para que salgan a flote los que no quieren ahogarse".
No podía ser de otra manera. Ella tocó fondo en el mismo fondo de la ciudad. Había descendido hacia las profundidades, por todas las capas del dolor, hasta llegar al andén del metro. Y allí, rodeada de los desconocidos que volvían a casa, rompió a llorar. Lloró abrazada a un trípode. Un trípode y un maletín para portátiles al que le faltaba una de las varillas del asa. Un maletín manco y asimétrico. Una inmejorable metáfora de cómo se sentía ella. Manca y asimétrica. Pero entonces llegó el tren, e iba hacia la parte alta de la ciudad. Lo cogió y dejó que la arrastrara para arriba, para arriba, para arriba... Hasta la 145, desde la 42. El corcho tuvo más de cien calles para ascender. Claro. Para algo estaba en Nueva York.
Cuento de Navidad neoyorquino
2 de febrero.
Aunque no lo parezca, este recinto de tarima que se pierde pasillo adelante es una tienda de libros antiguos, a la altura de la 48 con Broadway, poco más o menos. El que duerme en la silla a pierna suelta es el librero, despreocupado de lo que el visitante tenga a bien hacer en sus dominios. Parapetado tras unas gafas de Johnny Depp, deja abierta su puerta a los extraños con condescendencia, casi como si les hiciera un favor, con magnanimidad salomónica. De lo único de lo que se ha preocupado es de forrar bien al perro que duerme a sus pies con todas las prendas de punto que ha encontrado, hasta convertirlo en una mesa camilla. El perro temblaba momentos antes como el azogue. Ambos duermen, desentendidos de sus tesoros: un ejemplar de "Life" impreso en la década de los cuarenta acoge a la adorable Audrey entre sus páginas, dejadas sobre una caja como al descuido, más propias de una revista de la peluquería o de la sala de espera de un dentista. Más ínfulas se da, erguido en un pequeño atril, un libro de cubiertas doradas, que pregona los poemas de Alexander Pope. En la primera página hay una dedicatoria, estampada en esmerada caligrafía. A una tal Nelly su madre le regaló este poemario el 25 de diciembre. Corría el año 1886.
Aunque no lo parezca, este recinto de tarima que se pierde pasillo adelante es una tienda de libros antiguos, a la altura de la 48 con Broadway, poco más o menos. El que duerme en la silla a pierna suelta es el librero, despreocupado de lo que el visitante tenga a bien hacer en sus dominios. Parapetado tras unas gafas de Johnny Depp, deja abierta su puerta a los extraños con condescendencia, casi como si les hiciera un favor, con magnanimidad salomónica. De lo único de lo que se ha preocupado es de forrar bien al perro que duerme a sus pies con todas las prendas de punto que ha encontrado, hasta convertirlo en una mesa camilla. El perro temblaba momentos antes como el azogue. Ambos duermen, desentendidos de sus tesoros: un ejemplar de "Life" impreso en la década de los cuarenta acoge a la adorable Audrey entre sus páginas, dejadas sobre una caja como al descuido, más propias de una revista de la peluquería o de la sala de espera de un dentista. Más ínfulas se da, erguido en un pequeño atril, un libro de cubiertas doradas, que pregona los poemas de Alexander Pope. En la primera página hay una dedicatoria, estampada en esmerada caligrafía. A una tal Nelly su madre le regaló este poemario el 25 de diciembre. Corría el año 1886.
Aspirantes a periodistas por el mundo
Euskadi está donde le da la gana
27 de enero.
Mis sospechas se han visto confirmadas. Para refrendarlo, aquí está este mural, con el que me topé en una estación de metro de Houston con Allen. Adivinad qué ciudad es la que, por todo el morro, se ha instalado sin pedirle permiso a nadie, sólo porque puede y se cree muy guapa, en pleno Lower East. Dos pistas: la playa se llama Concepción y el monte, Igueldo.
La de la foto es mi amiga Teresa Cobián, quien, de hecho, ha sido en Nueva York donde ha visitado San Sebastián por primera vez.
En el mismo día, por parte de personas distintas, he escuchado un agur y un eskerrik asko. De pronto ya no sabía si estaba en Nueva York o de vuelta en Pamplona. Los vascos llegan a todas partes.
2 de marzo.Mis sospechas se han visto confirmadas. Para refrendarlo, aquí está este mural, con el que me topé en una estación de metro de Houston con Allen. Adivinad qué ciudad es la que, por todo el morro, se ha instalado sin pedirle permiso a nadie, sólo porque puede y se cree muy guapa, en pleno Lower East. Dos pistas: la playa se llama Concepción y el monte, Igueldo.
La de la foto es mi amiga Teresa Cobián, quien, de hecho, ha sido en Nueva York donde ha visitado San Sebastián por primera vez.
Recompensa bibliófila
La fuerza de la costumbre
Las luces de la patria
La frialdad del estrellato
20 de enero.
Esperando a Ricky Martin durante una hora a tres grados bajo cero... El complejo de paparazzi es inevitable.
Irte al fin del mundo para volver al punto de inicio
Central Park y la luna
Así empezó todo. Adiós, Pamplona. Hola, Nueva York
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